XCARET
Relato
Era el año de 1976, Felipe, Alfredo y yo nos equipamos en la caletita donde salía al mar el manantial del pequeño cenote que da nombre a este paradisiaco paraje quintanarroense, mi experiencia como instructor de buceo me permitió asesorar a Alfredo, que era buen nadador pero sin experiencia en el mar sobre cómo hacerlo, afortunadamente él, buen deportista, excelente portero seleccionado nacional de balonmano , rápidamente captó las instrucciones y las siguió al pie de la letra , entramos al mar por uno de los extremos de la caletita para evitar el oleaje de frente.
Felipe traía unas muy gastadas aletas, un desvencijado visor con el tradicional, entonces, snorkel de color amarillo con embocadura negra, un cinturón con 2 kgs de pesas para compensar el sobrepeso generado por la grasa corporal, el arpón de ligas, ese sí, perfectamente mantenido y aceitado, tratábase del instrumento de trabajo indispensable en una mano y la red para colocar las presas en la otra, yo con mi visor graduado para corregir mi miopía con estigmatismo, mis aletas marca escualo de manufactura nacional, cuchillo de 9 pulgadas en la pantorrilla (se recomendaba, pero que yo recuerde en mi vida de buzo nunca lo utilicé) y otra redecilla para apoyar con las presas , afortunadamente no necesitaba yo lastre adicional pues casi no tenía exceso de grasa corporal y una camiseta de algodón para evitar los rayos del sol que en esas latitudes castigan inmisericordemente a quienes se descuidan; lo que si extrañaba no sin temor, era el chaleco salvavidas que es parte del equipo de seguridad recomendado pues no se acostumbraba ahí y ninguno de nosotros lo llevaba puesto.
Vamos a la derecha, exclamó antes de ponerse la boquilla del snorkel en la boca a lo que asentimos con la señal de OK índice tocando el pulgar y los tres dedos restantes extendidos naturalmente.
Todo transcurría suavemente la transparencia del agua caribeña misma que no tiene par en mi país, permitía una visibilidad que llegaba a alcanzar los 25 o 30 mts. a ojo de buen cubero , la temperatura del agua cercana a los 30 grados, el viento calmo y el sol cerca del cénit hacían que el día estuviera muy cerca del ideal para ir de caza submarina.
Yo no era personalmente un entusiasta de la cacería submarina a pulmón, pero sí estaba entusiasmado a acompañar a un profesional de ésta actividad, tan profesional que gran parte del ingreso de su restaurant dependía de la pesca que lograba llevar Felipe a sus comensales que en épocas de vacaciones se contaban por decenas.
Nadamos varios minutos y casi sin sentir nos alejamos de la entrada, calculo como 1000 mts.; de pronto Felipe nos hizo la seña de alto. Nos detuvimos, nos indicó con sus manos ocupadas que estuviésemos quietos, tranquilos. Tomó aire y se hundió, suave pero efectivamente pateó hasta alcanzar unos 15 metros. Tome valor , me hiperventilé dos o tres veces y lo seguí. Inmediatamente noté los sonidos de los peces, no sé porqué Jackes Ives Costeau tituló su libro “El mundo silencioso” porque donde hay peces y en especial tropicales, el sonido en forma de chasquidos zumbidos y golpecitos es abundante. Alfredo se quedó arriba de seguridad, pues nunca deben estar todos en el fondo cuando buceas a pulmón. Inmediatamente soplé con la nariz tapada operación que en buceo se llama Vasalva y que sirve para igualar la presión interna de los oídos con la presión del mar y evitar que te duelan y hasta revienten repetidamente, la volví a efectuar hasta que dejó de haber molestia. No sin ansiedad, alcancé la profundidad pero me quedé como a 7 metros, tal vez mas de Felipe que se encontraba como engarrotado sin moverse, me percaté en ese momento de mis palpitaciones, sí, me emocioné a tal grado de sentir el incremento del pulso. Súbitamente pude ver lo que estaba esperando Felipe, un pargo apareció cerca del fondo, había estado mimetizado con los tonos de gris del fondo del mar, él lo había distinguido inmediatamente, por eso bajó, yo hasta ese momento no lo había visto. Momentáneamente me olvidé de la necesidad de respirar que sabía se iba a presentar pronto, sin embargo no me moví. Entonces como si supiera lo que podía suceder, el parguito dio la vuelta y le mostró la aleta caudal a Felipe quien tranquilamente se despabiló e inició el ascenso tan suavemente como había bajado. En ese momento comencé a sentir la urgencia por respirar; con una tranquilidad un poco fingida, yo también ascendí. Felipe salió como si nada aunque mi reloj indicaba que habían transcurrido mas de minuto y medio. Yo ascendí cerca de la superficie giré con mi mano arriba como marcaban los cánones y al salir solté un poquitito de aire por el snorkel y pegué la barba al pecho rápidamente tan pronto llegué a la superficie, lo que me permitió aspirar inmediatamente sin meter agua a mis pulmones.
La caleta donde entramos se llamaba Xcaret que en maya quiere decir eso “pequeña caleta”, estaba localizada como a 80 Kilómetros hacia el sur de Cancún, “lugar de los cuatro conjuros” o “nido de víboras según otros” hasta entonces el único sitio turístico desarrollado con un proyecto escogido por computadora, eran mediados de los años setentas y estaba un poco antes de llegar al poblado de Akumal, del maya “lugar de tortugas” donde Francisco Guerrero tripulante de una expedición de Cortes que después de zozobrar se acogió a los mayas desposándose con una indígena, aprendiendo el idioma y siendo mas tarde pieza fundamental en la conquista de la nueva España por su capacidad lingüística juntamente con la posteriormente esposa de Don Hernán Cortés, Doña Marina, esclava regalada a el conquistador por los nativos y que a la postre traducía del náhuatl al maya y después Guerrero lo hacía del maya al español. En Akumal un hombre de negocios y filántropo don Pablo Bush erigió un museo donde se exhibían piezas arqueológicas obtenidas de naufragios de la zona y el gobierno del entonces territorio de Quintana Roo levantó un monumento en honor de Guerrero, ensalzándolo como el primer autor del mestizaje mexicano pues tuvo varios hijos con su mujer nativa.
Era Xcaret todavía un lugar con una selva casi virgen, la carretera Cancún-Chetumal corría paralela a la costa era una recta con solo dos carriles, uno de ida y el otro de regreso, de forma general estaba en buena condiciones y desde Cancún hasta Xcaret se hacía poco menos de una hora.
La selva tupida pero no muy alta era relativamente virgen; los manglares, las caletitas, los cenotes, los pantanos eran lo mas socorrido, las ceibas, chicozapotes, caobas árboles de hule y otros grandes pobladores.
Los pájaros y uno que otro mono salvaje eran los ruidosos habitantes que daban colorido al paisaje virgen de la selva.
Nosotros nos alojábamos en un lugar recién construido por el gobierno federal en el antiguo territorio de Quintana Roo, que acababa de ser declarado Estado al cumplir entre otros con el requisito de densidad poblacional un par de años antes; el sitio es aún hoy un centro vacacional para niños campesinos patrocinado por el DIF, Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia, originalmente Instituto Mexicano para la Infancia IMPI , conjuntamente con otros 5 centros en diferentes lugares del país.
Yo trabajaba para el DIF y es por ello que tuve acceso a este paradisíaco lugar ubicado en otra caleta llamada Playa Aventuras junto a la playa Chemuyil en la costa quintanarroense a diez minutos en auto de Xcaret.
El director del centro vacacional Juan, nos llevó a Xcaret pues se había hecho amigo de Felipe digamos por la “vecindad” pues casi no había lugares habitados en esa zona.
El lugar estaba habilitado para recibir grupos de niños oriundos del estado a una experiencia única de vida con un programa recreativo de una semana de duración dirigidos por monitores recreativos adecuadamente capacitados lo que se convertía en una experiencia de una vez en la vida para ellos. Ahí se les vestía, alimentaba y se les trataba como pequeños huéspedes, con un programa único en esos tiempos para ellos.
En el camino hacia Xcaret vimos a un cazador con venado a cuestas por la orilla de la carretera seguramente a vender la carne a Felipe. Dentro de las delicadezas culinarias que tenía Felipe, cuando los cazadores lo abastecían estaban el chango, el tepezcuintle, el armadillo, y a veces hasta la anaconda.
Alfredo, que estaba como comparsa, observaba aparentemente emocionado lo que ahí pasaba, era buen nadador pero las aletas y el visor no eran su fuerte y menos cuando se trataba de un equipo prestado. Miraba sin intentar seguir, las repetidas inmersiones y salidas de Felipe y mías.
En una de ellas, Felipe me hizo una señal para que me quedase quieto mostrándome las dos palmas simultáneamente mientras el bajó aún mas. Yo debí haber estado como a 10 metros de profundidad y el bajo creo que otros diez mas o menos y lo que yo veía como una mancha parda de repente se movió al recibir un arponazo certero que Felipe le asestó y retorciéndose con fuerza luchaba para deshacerse del dardo certeramente lanzado y que le llevaba rápidamente hacia la muerte.
Era un merito, mero chico, como de unos 5 o 6 Kg. Que no sin esfuerzo Felipe sacó hasta la superficie haciéndome recordar que yo también debería ascender para respirar, después del golpe de adrenalina que representó la cacería; Alfredo arriba tenía también los “ojos de plato”, bien abiertos por el asombro y me imagino que también por la emoción.
Arriba, usando su cuchillo de buceo Felipe puso fin a su miseria asestando certera cuchillada arriba de sus ojos muriendo casi instantáneamente.
Resulta muy importante que los peces recobrados, estén bien muertos, ya que se dice que las vibraciones que genera en su agonía se transmiten fácilmente por el agua y atraen a los depredadores naturales que efectúan labores de sanidad devorando los animales enfermos o casi muertos, evitando así los residuos orgánicos que pudieran contaminar el ambiente; si ya de por si la sangre derramada por el arponazo y la rematada se disuelve en el mar y es capaz de atraer tiburones hasta a un kilómetro de distancia.
Felipe me dio al merito muerto, bajó otras veces mas y trajo unas palometas una sierra y un par de peces que no recuerdo de que género eran después supe que todo ello porque no íbamos a ser los únicos comensales, pues su negocio era el restaurant en el que agasajaba a su clientela con delicias del mar y tierra, literalmente del mar al sartén.
Una vez satisfecho nos hizo la seña para retornar. Fue solo hasta entonces que me di cuenta que habíamos nadado a favor de la corriente, que aunque no fuerte, hacía que ya cargados con los peces y cansados por el esfuerzo, exigió un redoble de esfuerzo para regresar a la caleta. Mi condición física en esos tiempos era excelente y aunque la de Alfredo también lo era, su habilidad era mas terrestre que marino y empezó a jadear, denotando un cansancio cada vez mas desesperante.
Llegó un momento en el que nos dijo, quitándose el visor y el snorkel, un tanto para jalar mas aire como para poder hablar, váyanse nadando que yo voy directo a la orilla y caminaré de regreso, Felipe no estuvo muy de acuerdo pero lo convencí de que Alfredo sabía cuidarse solo, y así se dirigió hacia la orilla mientras nosotros con un buen esfuerzo nos dirigimos hacia la caleta, pegándonos lo mas posible a la orilla para disminuir el efecto de la corriente contraria, que de veras nos estaba pesando ya.
El colofón fue que llegamos a comer muertos de hambre atacando de manera inmisericorde a las cervecitas para contrarrestar la deshidratación que causa la combinación aciaga de sol, sal, agua y ejercicio. El mero, cocinado al achiote por su , ha sido uno de los platillos que mas me han gustado en la vida tal vez porque como decía mi abuela, estaba guisado con “hambre” acompañado por unas carnitas de tepezcuintle aderezadas con cebollitas moradas y chile habanero ¡ Que delicia!
El año pasado, llegué en un auto rentado al estacionamiento de Xcaret; cual si fuera Disneylandia, un grupo de jóvenes uniformados nos indicó donde estacionarnos, dejamos el auto en el sitio indicado y fuimos guiados hacia la taquilla.
Perfectamente bien ubicados letreros y carteles nos indicaron costos y precios, servicios y prohibiciones, si recuerdo muy bien la prohibición de uso de bronceadores y filtros solares y repelentes de insectos no biodegradables lo que se me hizo muy adecuado.
Me enteré que si era uno habitante del estado, sólo nos cobrarían la mitad, política que a mi juicio deberían de adoptar muchos mas negocios de recreación en país. El sitio se veía limpio y organizado, las colas aunque largas eran expeditas y aunque los precios no eran baratos el turismo socorría copiosamente con su asistencia este centro recreativo. Revisaron nuestras pertenencias pues también se prohibía el ingreso con alimentos y una vez que cubrimos éste requisito ingresamos a un lugar limpio, ordenado y bello en medio de la selva local.
Entre otras cosas había criadero de flamingos, loros y mariposas, el adoratorio maya original, ya restaurado sobresalía entre los atractivos del lugar, un poste de voladores de Papantla operaba de cuando en vez de acuerdo a un programa establecido y puntualmente llevado a cabo, descenso en un pequeño río que te llevaba a el cenotito original y donde te proveían de flotadores, visor y snorkel para ser llevados por la corriente y disfrutar del paisaje submarino. La caletita tenía servicios de escafandras de acrílico con aire inyectado a presión desde la superficie (hookah o cachimba en castellano).
Un sinnúmero mas de atracciones y espectáculos permiten al parque acuático, zoológico y sitio arqueológico sacar provecho de las maravillas naturales aderezados por los millones de dólares en estructura que un grupo de inversionistas regiomontanos han usado para crear este parque orgullo nacional que sacó provecho de una grieta donde el sistema acuífero de la península de Yucatán salió a la superficie creando un paraíso natural único en su especie.
Seis restaurantes de especialidad dan placer a los turistas que tienen la fortuna de visitar este parque de varias hectáreas de extensión (calculo unas 30), pero les aseguro que ninguno tuvo algún platillo que remotamente se acercara ni en textura ni sabor a aquel mero y el tepezcuintle del día en ciernes, bueno les aseguro que tampoco, aunque son de la misma marca ninguna cerveza alcanza el sabor, la calidad y el deleite de las que probé con Felipe. Y sí, si me preguntaran, desde luego que preferiría aquel Xcaret que tuve la fortuna de conocer hace casi medio siglo.
Por cierto, todavía antes de comer, bañado en sudor y arañado por las plantas de la selva, llegó al restaurante Alfredo, a quien dudo mucho que, debido a la fatiga, haya disfrutado como nosotros esas regias viandas que degustamos opíparamente.













































